Bajo la espuma

«Carmen Vila inició su trayectoria como ceramista en Granada en 1980 para ampliar posteriormente su formación en Italia y Holanda o especializarse más adelante en cerámica medieval y en escultura cerámica.
Aunque comenzó trabajando el barro, desde hace tiempo es la porcelana la materia de sus creaciones, una materia que, tras dos o tres cocciones, la última de las cuales precisa 1.300 grados, requiere de un preciso dominio técnico y de una extremada pericia. Su actividad docente la ha llevado a desarrollar durante muchos años los talleres para la formación de ceramistas en diferentes ciudades de España así como en Túnez, por encargo de la Agencia Española de Cooperación Internacional.
La condición de historiadora del arte de Carmen Vila, aliada a una mirada cultivada y sensible a los más diversos registros artísticos vincula su obra a la suavidad y sencillez escultural de Brancusi o remite en algunos casos a las incisiones y perforaciones de Alberto Sánchez. En esta exposición hay asimismo ecos orientales en los tibores que se encadenan para formar un largo gusano turquesa y verde, al tiempo que las tipologías clásicas de los jarrones griegos y romanos se metamorfosean para sugerir caracolas, los platos se doblan y generan calamares o se combinan los cuencos para evocar moluscos bivalvos.
Jarrones o platos pierden su valor de uso y se convierten en acicates para la memoria. pero todo surge del torno. Es el giro, es el movimiento del torno el que hace nacer en primera instancia las formas que posteriormente la ceramista modifica, modela y talla.
Con la paciencia eterna de una alquimista, combina los óxidos metálicos: feldespato para los esmaltes, cobre, cobalto, antimonio o estaño para colorear algunas piezas; pero son los múltiples matices blancos de la porcelana, esmaltada o no, los tonos dominantes.
La obra más significativa de esta muestra, suspendida del techo, evoca la espuma de las olas, las burbujas del agua o los círculos que aparecen y desaparecen en la arena. Y es que los objetos creados para esta exposición, como los versos que se distribuyen por la sala, hablan del mar, de un mar impreciso que cada cual localizará en el mapa de sus vivencias en algún rincón de sus recuerdos. Las formas se dotan así de un contenido simbólico que será activado por cada espectador; de ahí la infinita riqueza semántica de estos corales, caracolas o almejas que apelan, sin intención mimética, a alguna parcela del inconsciente humano»